domingo, 31 de mayo de 2009

Clara y sus manos

Llegas siempre tarde a los momentos de tu vida. Entras de golpe cuando los invitados están descolgando los abrigos del perchero solitario, agradeciendo por milésima vez la comida. Es ahí cuando irrumpes, Clara, y saludas también por milésima vez dando explicaciones de tráficos, de gentes, de trabajo ineludible que no te permitió llegar a tiempo. Y todos te devuelven grandes sonrisas, te dicen que no importa, que 'maldita ciudad que no le permite a Clarita calcular con holgura los segundos y las horas'. Asientes y les das a todos un abrazo en cadena, y algunas veces realmente crees que tú vas a la derecha y el tiempo en la dirección completamente opuesta. Pero luego, cuando el último cierra la puerta y te quedas sola con tu exquisito encanto sabes que no, que llegas tarde por opción, que agarras los minutos entre las manos y los empuñas, y te quedas así mucho más tiempo del que aguantas abajo del agua y luegos los sueltas mientras ellos escapan de tus palmas rogando el aire. Lo más terrible de todo, piensas, es que amas la tardanza, poner el pie en los momentos que se están muriendo. Prefieres la agonía, Clara, aunque siempre te digas a ti misma que para la próxima serás la primera en llegar.