sábado, 6 de junio de 2009

De la abuela para Gabriel

Le digo, querido: yo escribí cartas que nunca envié. Por pudores pues, y porque antiguamente le decían a uno que las niñas bien debían quedarse en casa a esperar las serenatas. Y fíjese que yo varias noches me quedé asomada en la ventana, buscando en lo oscuro alguna canción de amores furiosos.
Si las escribiera hoy no me preocuparía de las estampillas ni del vestido de flores amarillas e iría a dejarlas yo misma al destinatario. Pensándolo mejor, no gastaría papel siquiera y me reservaría las frases con recovecos, porque a machetazos he aprendido que las añadiduras sobran siempre y que mejor es un beso bien dado para decir lo indecible. Lo haría como usted, querido, que irrumpe los espacios con sus ojos de miel intempestiva, esos ojitos tan de niño, mi niño, de vida y delirio. Porque si hay algo que no necesita es malgastar saliva con palabras de señor de fundo. La risa fácil es su llave, no lo olvide nunca. Y cuando vengan los terratenientes de hoy a decirle que mejor deje atrás la euforia y que la vida es una cuenta corriente para cuidar, mírelos usted con cara de complejo para dejarlos tranquilos, y luego dese media vuelta. O una vuelta entera si lo prefiere, y aproveche de hacer ese pasito suyo tan gracioso y siga zapateando, querido, que todo esto es un tango reservado exclusivamente para los bailarines color rojo pasión.