sábado, 31 de mayo de 2008

A media asta

Cristina se quejaba siempre de tus ojos a media asta. Que nunca los alzabas completos y que ella se debatía pensando si lo hacías por guardar los días de luto de rigor o porque simplemente no te atrevías a cruzarte con los suyos. Ahora que lo pienso, yo tampoco hubiera osado encontrarme con los dos azabaches fulminantes de Cristina sin aviso previo. Por eso cuando toca el tema y desvaría con lo que no fue como si hubiera sido trato de defenderte, y nos enfrascamos en la discusión ridícula de ponerle nota al amor que siento por ambos. Ella espera, déjame decírtelo, que su calificación sea mayor que la tuya, y yo suelo darle en el gusto de puro agotamiento tras millones de preguntas en tono de aseveraciones. Es en esos momentos cuando la lógica de tus dos azules llorones y cabizbajos me revienta en la cara y entiendo perfectamente tu partida sin despedida.

miércoles, 21 de mayo de 2008

La puerta del horno

Los pavos generalmente llegan a la puerta del horno con cara de felicidad. Como si adentro fueran a dormir una siesta larga, para luego despertar y salir campantes otra vez al mundo. Por eso son pavos y no pollos: porque abren los ojos como la luna llena cuando uno los increpa, con el asombro reventándose entre el iris y la pupila.

Por eso no son gatos tampoco, aunque los zarpazos que dan son igual de fuertes. Pero uno tiende a perdonárselos, porque los arañazos de pavos son más torpes y, generalmente, con menos intenciones. Estiran las patas y las plumas no más, de puro aburridos. De puro pavos.