Los pavos generalmente llegan a la puerta del horno con cara de felicidad. Como si adentro fueran a dormir una siesta larga, para luego despertar y salir campantes otra vez al mundo. Por eso son pavos y no pollos: porque abren los ojos como la luna llena cuando uno los increpa, con el asombro reventándose entre el iris y la pupila.
Por eso no son gatos tampoco, aunque los zarpazos que dan son igual de fuertes. Pero uno tiende a perdonárselos, porque los arañazos de pavos son más torpes y, generalmente, con menos intenciones. Estiran las patas y las plumas no más, de puro aburridos. De puro pavos.
1 comentario:
Siento que en algún momento hiciste que tus lectores pasáramos al otro lado del armario de Narnia, o al lado tomado de la casa de Cortázar. Un mundo misterioso y lleno de sorpresas en todo caso. Me encanta también esta nueva faceta.
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