viernes, 24 de julio de 2009

Rosario

Llevas miles de orquillas en la cabeza y escribes hasta en las manos. Si te miran de afuera catalogas perfectamente para loca de patio. Caes parada en la definición, con tus ojos de dinamita y el rouge siempre escapándose de los bordes de la boca. Tienes el efecto de una granada: todos avanzan contigo dos pasos y retroceden tres, porque no saben cuándo se te va ocurrir explotar y hacer volar tus pedacitos de piel y vestido azul. Por eso también hay unos que se acercan tanto y juegan al unicornio, esperando el momento justo en el que empiezas a parpadear varias veces por segundo y a girar sobre ti misma. Porque locas serás, Rosario, pero verte convertida en remolino hundiéndote bajo la tierra es un espectáculo que todos aplauden, abiertamente o desde la trinchera.

Rosario, la respuesta

Me reí con lo tuyo. Eso que dices del remolino, que para serte sincera me cuesta siempre menos porque los suelos, donde los pongas, están cada día más fáciles. No es lo de antes, cuando tenía que girar tanto que los ojos se me juntaban en uno solo, y la garganta ya no era garganta y era estómago, y las plantas de los pies eran mas bien dos gatas en celo furioso tratando de hacer el hueco y llegar al fondo. Hoy el piso se me abre rápido y con dos vueltas flojas ya estoy adentro. Me halaga realmente que digas que sigue siendo un espectáculo ver cómo me hundo, que no se note mi esfuerzo mínimo y sin gracia.
Me gustó también que digas lo de la granada, que ha sido tan bello como costoso, porque debo rehacer los vestidos cada vez que exploto. O sacármelos si tengo tiempo y estallar sin ropa, como cuando tenía puesta esa preciosa capa beige que tú me pedías día por medio y que yo no estaba dispuesta a perder en una de mis reventadas frecuentes.
Pero lo que no te perdonaré y me hiere en lo profundo es que te atrevas a decir que el rouge se me escapa de los bordes, como los payasos de circo pobre. Tengo ojos de dinamita y lo acepto, y no puedo muchas veces contigo porque tu dulzura es tan dulce que me dan arcadas. Pero no he dicho nunca nada de tu boca y cómo la pintas, aunque si estamos con públicas confesiones debo aclararte que el rosa pálido que llevas le queda mejor a las monjas de la congregación de la cuadra siguiente. No te metas con mi boca, Alejandra, mi boca de púrpura intacta y de líneas perfectas, que halagan los pájaros que en bandada bajan hasta mi cara, besándolos antes de retomar el vuelo.