martes, 1 de diciembre de 2009

Sensible al tacto

- Huele a noche aquí. A boca pastosa. A susurro y temblor, a barco cansado andando el río que separa la tierra. ¿Puedes sentirlo? El olor a casa perdida, esa a la que nunca nadie llega porque no hay camino, sendero siquiera, para atravesar el bosque de olivos y frambuesas.
- Quédate tranquilo. Lo peor sería que aquí oliera a pampa. A vista perdida buscando un destello.
- ¿Tú crees?
- Yo creo. Y es mejor que siga así, porque el día que huela a luz serás el primero en volverte loco, tirando mi cara contra la tuya tratando de tapar los agujeros de tu nariz

domingo, 29 de noviembre de 2009

Sin nombre

Y además de todo, la vida también es un suspiro. Un susurro, un respiro, un latido, un rasguño, una tregua, un brillo, un trueno, un bengalí. Un guiño entre la gente, una carta sin firma, una mirada a media asta, un roce apenas, un tiempo, una gota.
Una huella, un velo, un silencio.
Buscar el camino de vuelta sin querer encontrarlo.

viernes, 21 de agosto de 2009

La inglesa

Qué me estará queriendo decir cuando no dice nada y aprieta los dientes así de fuerte. Tiene la boca encadenada pero aún desde mi lado puedo sentir su lengua yegua dándose cabezazos contra el paladar. Qué animales le suben por la garganta en estampida, cuántas escopetas tendrá incrustada en las encías. Trato de verlo cada vez, pero tiene cosido los labios y todo lo que ocurre dentro es lo que no pasa afuera de ellos, en la carne rosa traslúcida que no se mueve ni para los temblores.

Qué me estará queriendo decir cuando sonríe en mueca y crispa los ojos, cuando está conmigo pero en otra parte, tratando de controlar el sin control de las boas y gatos encerrados en ese par de centímetros curvos y mucosos. Pienso que un día van a terminar saliéndoseles por la nariz, reproducidos en millones de veces, escupidos a borbotones por esos dos agujeros ingleses.

Qué querrá decirme cuando me dice ‘un gusto Alejandra hablar contigo’ y los maullidos furiosos empiezan a perderse detrás de las muelas, arrinconados entre ellos mismos y los dientes filudos color gris-violeta.

viernes, 24 de julio de 2009

Rosario

Llevas miles de orquillas en la cabeza y escribes hasta en las manos. Si te miran de afuera catalogas perfectamente para loca de patio. Caes parada en la definición, con tus ojos de dinamita y el rouge siempre escapándose de los bordes de la boca. Tienes el efecto de una granada: todos avanzan contigo dos pasos y retroceden tres, porque no saben cuándo se te va ocurrir explotar y hacer volar tus pedacitos de piel y vestido azul. Por eso también hay unos que se acercan tanto y juegan al unicornio, esperando el momento justo en el que empiezas a parpadear varias veces por segundo y a girar sobre ti misma. Porque locas serás, Rosario, pero verte convertida en remolino hundiéndote bajo la tierra es un espectáculo que todos aplauden, abiertamente o desde la trinchera.

Rosario, la respuesta

Me reí con lo tuyo. Eso que dices del remolino, que para serte sincera me cuesta siempre menos porque los suelos, donde los pongas, están cada día más fáciles. No es lo de antes, cuando tenía que girar tanto que los ojos se me juntaban en uno solo, y la garganta ya no era garganta y era estómago, y las plantas de los pies eran mas bien dos gatas en celo furioso tratando de hacer el hueco y llegar al fondo. Hoy el piso se me abre rápido y con dos vueltas flojas ya estoy adentro. Me halaga realmente que digas que sigue siendo un espectáculo ver cómo me hundo, que no se note mi esfuerzo mínimo y sin gracia.
Me gustó también que digas lo de la granada, que ha sido tan bello como costoso, porque debo rehacer los vestidos cada vez que exploto. O sacármelos si tengo tiempo y estallar sin ropa, como cuando tenía puesta esa preciosa capa beige que tú me pedías día por medio y que yo no estaba dispuesta a perder en una de mis reventadas frecuentes.
Pero lo que no te perdonaré y me hiere en lo profundo es que te atrevas a decir que el rouge se me escapa de los bordes, como los payasos de circo pobre. Tengo ojos de dinamita y lo acepto, y no puedo muchas veces contigo porque tu dulzura es tan dulce que me dan arcadas. Pero no he dicho nunca nada de tu boca y cómo la pintas, aunque si estamos con públicas confesiones debo aclararte que el rosa pálido que llevas le queda mejor a las monjas de la congregación de la cuadra siguiente. No te metas con mi boca, Alejandra, mi boca de púrpura intacta y de líneas perfectas, que halagan los pájaros que en bandada bajan hasta mi cara, besándolos antes de retomar el vuelo.

sábado, 6 de junio de 2009

De la abuela para Gabriel

Le digo, querido: yo escribí cartas que nunca envié. Por pudores pues, y porque antiguamente le decían a uno que las niñas bien debían quedarse en casa a esperar las serenatas. Y fíjese que yo varias noches me quedé asomada en la ventana, buscando en lo oscuro alguna canción de amores furiosos.
Si las escribiera hoy no me preocuparía de las estampillas ni del vestido de flores amarillas e iría a dejarlas yo misma al destinatario. Pensándolo mejor, no gastaría papel siquiera y me reservaría las frases con recovecos, porque a machetazos he aprendido que las añadiduras sobran siempre y que mejor es un beso bien dado para decir lo indecible. Lo haría como usted, querido, que irrumpe los espacios con sus ojos de miel intempestiva, esos ojitos tan de niño, mi niño, de vida y delirio. Porque si hay algo que no necesita es malgastar saliva con palabras de señor de fundo. La risa fácil es su llave, no lo olvide nunca. Y cuando vengan los terratenientes de hoy a decirle que mejor deje atrás la euforia y que la vida es una cuenta corriente para cuidar, mírelos usted con cara de complejo para dejarlos tranquilos, y luego dese media vuelta. O una vuelta entera si lo prefiere, y aproveche de hacer ese pasito suyo tan gracioso y siga zapateando, querido, que todo esto es un tango reservado exclusivamente para los bailarines color rojo pasión.

domingo, 31 de mayo de 2009

Clara y sus manos

Llegas siempre tarde a los momentos de tu vida. Entras de golpe cuando los invitados están descolgando los abrigos del perchero solitario, agradeciendo por milésima vez la comida. Es ahí cuando irrumpes, Clara, y saludas también por milésima vez dando explicaciones de tráficos, de gentes, de trabajo ineludible que no te permitió llegar a tiempo. Y todos te devuelven grandes sonrisas, te dicen que no importa, que 'maldita ciudad que no le permite a Clarita calcular con holgura los segundos y las horas'. Asientes y les das a todos un abrazo en cadena, y algunas veces realmente crees que tú vas a la derecha y el tiempo en la dirección completamente opuesta. Pero luego, cuando el último cierra la puerta y te quedas sola con tu exquisito encanto sabes que no, que llegas tarde por opción, que agarras los minutos entre las manos y los empuñas, y te quedas así mucho más tiempo del que aguantas abajo del agua y luegos los sueltas mientras ellos escapan de tus palmas rogando el aire. Lo más terrible de todo, piensas, es que amas la tardanza, poner el pie en los momentos que se están muriendo. Prefieres la agonía, Clara, aunque siempre te digas a ti misma que para la próxima serás la primera en llegar.

martes, 21 de abril de 2009

Diez bellezas

Tiene un demonio en cada dedo, te lo juro. Yo se los he visto. Bueno, sólo al del meñique, pero vale por los otros nueve. Y creo que es ese el que le gobierna las dos manos a voluntad. ¿No la has visto caminar con los brazos tirados hacia delante? Eso no es por azar. Te digo: tiene un demonio en cada dedo y la cara de oveja degollada. Por eso nosotros nos quedamos cerca, sin dimensionar con qué chichita nos estamos curando.

martes, 7 de abril de 2009

Abril

Pasa en abril. Te encuentro una vez más y te miro desde el otro lado de la piscina. Tú observas el agua quieta como cristal, te reflejas y botas el último cigarro en el cenicero grande del costado. Y yo desde mi borde te sigo con los ojos y pienso que somos los mismos. Sólo nos hemos vestido de novedades, que nos contamos como primicias para aparentar que no nos conocemos lo suficiente.

lunes, 23 de marzo de 2009

En el río Magdalena

Pienso justamente en cómo detesto mi nombre: Estela. Parece sacado de tres generaciones atrás. Y si fuera de esta, parece vago y débil, como siempre rodeando otras cosas, a otras personas, lejos de mi. Porque alguien puede ser la estela de Roberta o María, pero me pregunto, ¿puede alguien ser la estela de Estela? No pues, no se puede.
Y mientras, envidio a quienes sí la llevan. El violeta intenso de las estelas de rabia, el tierno amarillo de las estelas dulces. Las estelas multicolores. Las oscuras como el centro de la noche. Ese exquisito ir y venir como perdiendo el rastro, como siguiendo la pista del dueño que camina rápido y que quiere esconderse. Y corre y se pierde a veces, pero la lucecita endemoniada finalmente lo encuentra y se le pega atrás por la espalda, aferrándose como la primera vez y riéndose como todas las veces. Siempre. Aunque el amo vaya, se meta al río Magdalena, llore sus desgracias y se agarre la cara con las manos hechas garras. La estela lo espera afuera –y cómo me gustaría que me esperara a mi, la Estela verdadera- y se le monta detrás de los hombros una vez que sale del agua.