lunes, 28 de enero de 2008

Terror nocturno

A Flora le dijeron cuando chica que por comerse las pepas de las sandías iba a cultivar un árbol dentro de su estómago, y que las ramas y hojas color verde furioso terminarían saliéndole por los ojos, la nariz y las orejas. Por lo tanto, que mejor dejara la mala costumbre de tragárselas y las escupiera, y que cuando hubiera invitados en la casa tuviera la delicadeza de poner la cuchara cerca de la boca minúscula y posar las pepas suavemente, sin que se notara, para luego dejarlas en el plato. Desde entonces, Flora soñó varias veces que las líneas de su cuerpo se desdibujaban volviéndose redondas, que su tez pasaba de un color blanco invierno a un rosado brillante y que el hermano mayor la cargaba varias cuadras para venderla en la feria. Otras veces, que luego del cuarto de pollo por persona, la servían a ella de postre sabatino, mientras la mamá le contaba a la tía que 'la Florita está castigada y hoy no va a almorzar, porque tiene muy malos hábitos'.
En ese escenario, Flora cambió de fijación. En un día de descuido, entró a la cocina como levitando, abrió el refrigerador y sacó varios pedazos de hielo, que puso en una cubeta chica. Salió por la puerta trasera y se instaló debajo del naranjo. Tomó el primer pedazo y lo masticó con fuerza hasta tragárselo y así siguió por varios minutos, horas y días. Cerca de un mes, pasó tardes enteras comiendo hielo, viendo como las naranjas caían de maduras y el verano caluroso daba paso al fresco.
Hasta que la madre la sorprendió nuevamente, y las pesadillas ya no fueron más con pepas. Ahora a Flora la noche la pillaba en el patio frío, convertida en naranja y metida en una cubeta, mientras el cielo se cerraba y las gotas de lluvia congelada caían como en una tortura china, llenando despacito y por completo el grueso recipiente de hierro.

martes, 22 de enero de 2008

Ingeniero Civil Estructural

(extracto de un vino conversado con Paulo)
- La famosa ‘coordinación de corazones’ es una estupidez. Cuando nací, mi mamá casi se murió desangrada y me tuvieron que sacar rápido, meterme en la máquina de al lado y llevársela a ella para reanimarla. Mi papá, que se desmaya si ve un hilo de sangre, estaba afuera y creo que ni se enteró de nada, hasta que ya la habían traído de vuelta al mundo de los humanos y todo estaba resuelto. Y yo, recién nacido, pasé los 20 primeros minutos de vida entre enfermeras, sondas y termómetros. ¿Y tú crees que eso me generó algún tipo de trauma? ¿Que por no apoyarme tiernamente en el pecho de mami y latir juntos en los primeros segundos tengo problemas? Te digo, la coordinación de corazones es una invención. El mío está perfecto y se entiende magistralmente con la cabeza. ¿Puedes tú, corazoncito de alcachofa, decir lo mismo?

Cátedra de religión

- Mamá, hoy te despertaste con olor a catedral.
- …… Y eso, ¿es bueno o malo?
- Es bueno si es un dejo. Es malo si pareces como instalada al lado del obispo, repitiendo la prédica.
- ……
- Tú estás como al medio. Pensando si estás dispuesta a pasar por el confesionario y someterte a los 20 padres nuestros y 35 aves marías, o mejor tener un diálogo directo con Dios y zanjar las diferencias con un “ya po, si no lo hago nunca más”
- ¿Sentada bien adelante o en los últimos puestos?
- Parada a un costado. Llegaste tarde –como siempre- y todo el mundo lo notó, con tu taconeo de aguja incesante y rapidito, bien rapidito para no desconcentrar al cura.
- Pero las catedrales son grandes. El curita seguramente no se dio cuenta….
- Mamá, si se dio cuenta. Y para sus adentros piensa que porqué no te confiesas de una vez, que él mismo ya te perdonó los pecados –que son puras ridiculeces, piensa también- y que dejes de mirarlo con cara de circunstancia y ojos de perro mojado.
- ……
- Mami, pásame las zucaritas. O mejor las busco yo, para que no queden con gusto a incienso y vela derretida.

Sueños electrónicos

La María estaba insoportable anoche. Llegó al bar de siempre pateándose la cara, mientras arrastraba los pies y mascullaba algo inentendible. No nos saludó, se sentó y pidió con un grito histérico que le trajeran varios cortos de ron. Que le daba lo mismo de cuál -le dijo con cara de furia al guapo que nos atendía- y que por favor no se demorara dos horas y media en el pedido, porque no tenía tiempo ni ganas que perder en la espera.
- ¿Porqué chuuuuuuuucha, díganme ustedes, venimos a este lugar donde no se puede fumar? Nos preguntó desafiante y con los ojos como dos calientísimos huevos fritos.
- ¿Será porque… mmm… ahora nadie puede fumar en lugares cerrados, por la ley del tabaco? Le contesté irónica, con algo de risa por su cara descompuesta y otro poco de rabia por la gigantesca pateadura de perra que todas nos estábamos comiendo gratis.
- Yo creo, dijo tras un largo suspiro, que todo es culpa de la tecnología. Se me acaba de perder todo, hasta los sueños... Se murió mi blackberry.
Y ocurría que a la María se le había muerto la mini computadora – amiga – hermana – berry y estaba con el corazón destrozado y los nervios de punta. Las siguientes dos largas horas habló de cómo perdería a todos sus amigos y que ya no tendría contacto con nadie, porque allí guardaba todos los números; de cómo su vida laboral se iría directamente al carajo, porque jamás se le había ocurrido respaldar los mil ochocientos mails con información privilegiada; de cómo haría para salir con tranquilidad de la oficina sin poder revisar sistemática – y obsesivamente- las últimas novedades.
- “Si hasta perdí los sueños, que anotaba religiosamente todas las mañanas por si algún día los analizaba con mi sicóloga”, repitió varias veces de forma tortuosa.
Todos los intentos que hicimos para sacarla de su estado de desesperación no valieron la pena. Junto con berry, a la María se le había ido la vida fundida en la oscuridad de la pantallita negra, que no tenía ninguna intención de volverse a prender. Intentamos distraerla con nuestras últimas aventuras amorosas y laborales, con el desencuentro poco afortunado entre Chile y el Transantiago, con historias antiguas y borrachas de nuestra época quinceañera, con las risas del resto por mi sutil y persistente coqueteo con el guapo que atendía la mesa. Nada de eso sacó sus ojos del minúsculo aparato electrónico, que apretaba cada cierto rato con sus manos como para traspasarle energía vital, resucitarlo y traerlo de vuelta al mundo de los cristianos.
- Ya po Mery, si es un blackberry no más; le dijo finalmente otra con un tono amistoso. Las manos crispadas de María y su irreproducible respuesta fueron suficientes para terminar la noche de un zarpazo, dándole así más tiempo para empezar a preparar el discurso de despedida para el llorado funeral virtual de sus sueños electrónicos

Último día

Hoy le dije a la señora que hasta aquí no más llegábamos. Es que no puede ser que me demore media hora en cada baño, ¡media hora!
- ¿Media hora en cada baño?
- O más. Y si en la casa hay cuatro baños, figúrate, toda la mañana perdida.
- Oye, pero tienen a más personas…
- Si, dos más. Pero la casa es enorme, gigante, y yo era la que más trabajaba porque las otras dos puro sacan la vuelta. Yo toda la mañana haciendo los baños y ellas pololeando por teléfono o haciéndole ojitos al jardinero.
- Ah, putas.
- Putas y flojas. Y yo, métale haciendo los baños y después la piezas, y después apurando el almuerzo porque las otras dos aparte de coquetas, malas para la cocina.
- Menos mal que te fuiste entonces.
- Si, es que la casa es enorme, gigante. Y la señora nunca entendió que mejor era tener un regimiento de empleados, como a ella le gusta la casa limpia entera.
- Jodida la señora.
- No, si a mi también me gusta la casa limpiecita, pero una casa chica, no el tremendo castillo.
- Y tan re lejos.
- Lejísimos. Si mira ahora, ¿cuánto llevamos en la micro?
- Mm… como 40 minutos.
- Y estamos recién en el Alto de las Condes. Figúrate.
- Mm…
- Si mira, a mi me gustaba trabajar ahí, la señora es buena de adentro, aunque sea pituca. Y los cabros también, medios locos, pero siempre les gustaba la comida y eran cariñosos conmigo. Pero lo del regimiento es cierto, si yo tengo los pies hechos tira de tanto ir y venir, la espalda en la mano de tanto agacharme para recoger cosas. Porque los cabros son amorosos pero puta que son desordenados. Los dormitorios eran un chiquero, todo tirado, los pantalones, los calzoncillos, los restos de hamburguesa. Hasta preservativos encontraba a veces.
- Nooo…
- Si, y como ellos me tenían confianza les daba lo mismo. Pero a mi varias veces me daba asco, porque aunque los quería harto hay que tener estómago para recogerle las cochinadas.
- Te van a echar de menos.
- Si yo también, pero no podía seguir. Me levantaba a las seis y media de la mañana y recién a las doce de la noche me acostaba. Y la señora era buena de adentro pero controladora como los mil demonios, apenas me sentaba y ya estaba “Maritza, ¿se siente mal?” como si una no se pudiera sentar a descansar y tuviera que estar viniéndose el mundo abajo para estirar un rato las piernas. Porque yo ya tengo mis años y necesito al menos una hora para tomarme un café, descansar un rato, qué se yo, sin que estén con el ojo encima y como contándome los segundos para que vuelva a trabajar.
- Quizás creía que de verdad te sentías mal.
- Estás loca, si lo hacía así para no presionar directamente, pero presionar más que la cresta al fin. Con la miradita de “ya pues, si para algo le estoy pagando”. Porque era buena la señora, pero puta que le gustaba que una trabajara como chancho, y ella puro llendo al gimnasio y durmiendo siesta. O juntándose con las amigas. Si los cabros de ella pasaban botados cuando eran más chicos, yo creo que por eso ahora no le hacen nada de caso.
- Lo que hace la plata.
- Es que la plata, si es mucha, al final hace mal. Para lo único que sirve es para mandarse a hacer casas gigantes. Porque te digo, en esa casa yo me perdía a veces, pieza para el computador, pieza de estudio, pieza con una tele tan grande que era como estar en el cine, pieza para esto y pieza para lo otro. Y tan poca gente.
- Y tanto que limpiar.
- Tantísimo. Y tan fría la casa oye, si yo vivía entumida, ahora justo que es invierno y nosotros metidos en medio de la cordillera, un frío horrible, si todo el patio se congelaba, parecía que la casa entera fuera un frigider.
Entonces yo hoy me levanté y agarré a la señora tempranito y le dije, señora, vengo a conversarle que no voy a seguir más aquí, porque creo que la casa es muy grande y estoy trabajando mucho, y me dijo, pero Maritza, ¿muy grande? No se puede ir, los niños la van a echar de menos, yo la voy a echar de menos, distribuyamos mejor el trabajo entre usted, la Mirta y la Anita, y yo le dije, señora, si sabe que yo hago casi todo y que el cambio duraría dos semanas y de ahí vuelta denuevo a lo mismo, y me dijo, pero Maritza, piénselo mejor, y le dije, señora si ya lo pensé, si ya estoy vieja y la casa es grande, enorme, y yo ya estoy cansada y luego ya va a nacer el cabro chico de mi hija y quiero estar con ella. Y me dijo, bueno Maritza, qué quiere que le diga, la entiendo, si va a tener un nieto. Y le dije, si pues señora, yo le agradezco por todo. Y como es sábado, trabajé hasta medio día y arreglé mis cosas y me fui.
- ¿Y no te dio pena?
- Fíjate que no, nada. Bueno, un poco, tanto tiempo en la misma casa. Pero las cosas son distintas ahora, toda una vida rompiéndome el lomo, ya estaba cabreada. Cuando era más joven y mis cabros eran guaguitos un trabajo como este era lo mejor, aunque trabajara como china, porque tenía que hacer cualquier cosa para parar la olla. Pero ahora mis hijos están viejos, cada uno con su vida y yo seguía rompiéndome el lomo por costumbre.
- No por necesidad.
- Bueno, la necesidad siempre está, pero no esa necesidad que te despierta en las mañanas como si los pacos te estuvieran dando lumazos. Es mi necesidad, no la de mi prole, entonces fíjate que ya nada es tan necesario.
- Mm…
- No me vas a entender hasta que tengas mi edad.
- No, si te entiendo… Las vueltas de la vida… tanto cesante y tú dejando una buena pega.
- Viste, si no me entiendes. Yo llego a mi casa, hablo con las vecinas y mañana ya tengo varios pololos de costura, arreglo la ropa del barrio y estamos. Esa es una buena pega para mi ahora. No recoger condones de cabros ajenos. Aunque eso signifique más plata. Algo de bueno que tenga ser vieja y tener la vida hecha. Me levanto tardecito, almuerzo con mi hija que está a punto de parir y arreglo faldas y pantalones, y tomo once tranquila y veo Rojo y después me acuesto con mi guatero y no con ese frío polar que me tenía los huesos hechos tira. A las 9 de la noche. Y derrepente, quién sabe, me llama la señora y le ayudo con alguna comida, pero como de invitada ¿me entiendes?
- Si.. entiendo.
- No, me vas a entender en serio cuando seas vieja como yo y tengas la vida hecha.
- Quizás.
- Ojalás.

Ana

En 1961, entre flores y sábanas gastadas, Ana murió. Nadie podría dar más detalles: si hacía frío, si era de noche o de amanecida. Sólo, que tenía 48 años repartidos en un cuerpo blanco y diminuto, el mismo que levantaba imperiosamente a las 6 de la mañana y con el que sacaba de la cama a sus doce críos. A tres, en la fecha de su partida, porque el resto de la prole ya se había ido de la casa materna o había muerto, por insuficiencias al nacer o nefastos accidentes. En un metro cincuenta y dos, para comienzos de los 60 Ana ya había recopilado información suficiente en el alma como para partir con tranquilidad.

Hoy, la menor de sus retoños, Silvia, logró trasladarla desde el Cementerio General al Parque del Recuerdo. En el primero, Ana estaba perdida en un mausoleo olvidado entre un montón de familiares desconocidos, escena que a la hija más chica despertaba entre saltos dos de cada cuatro noches, en invierno, verano y primavera. Insistentemente. Después de varios ires y venires de los permisos correspondientes, Ana reposa finalmente en una urna pequeña y blanca, como su cuerpo, depositada en un espacio individual dos metros bajo el verde prado. A las 11 de esta mañana, Silvia lloró con desconsuelo por el segundo funeral de mamá, el primero que ella recuerda con nitidez y que le permitirá dormir en calma, en cualquier temporada del año

El chaqué

El novio opusdei de anoche no tiró la liga. Reunió al grupo de amigos solteros y con un brinquito ridículo les lanzó un ramo pequeño de rosas rojas. Novia más-opusdei se reía dulzona, tan dulzona como cuando uno le echa a la taza de café 35 gotitas de edulcorante. Así, bien azucarada e intragable, daba más saltitos ridículos y corría para la foto de rigor entre ella, el novio y el paladín afortunado que recibió las flores rojo pasión -italiano- intenso. Lo único apasionante de este matrimonio, pensaba yo, sentada al lado del amigo entrañable, ya medio muerto por los vodka tónica con un dejo a melón. De haberlo hecho –el beso amistoso- habríamos sido un hit entre tanto rosado, damasco y celeste de los vestidos de las señoras; entre las corbatas asfixiantes y el humo de los puros. Pero la vida es como es, me decía una amiga, y esa parte del cuento ya no estaba en sus registros y mucho menos en los míos. Volví a la escena de la liga frustrada y yo, poco-y-nada-opusdei, reparé en lo único sexy de la velada: cómo el chaqué se ajustaba de forma perfecta en el cuerpo fornido del hombre recién casado por las leyes de Dios y los demonios. Tan perfecto, que anduve siguiéndolo con la mirada desde entonces hasta que terminó la fiesta, buscándolo entre las copas, el buffet de postre y los arreglos florales de las mesas. Hasta que lo encontré, desprevenido mientras se despedía de tía octogenaria fundadora-del-opusdei. Nervioso y ofuscado, terminó con varias otras despedidas melosas y me buscó de vuelta, me sostuvo la mirada y se rió coqueto, como para despedirse, de forma campal y triunfante, de la soltería poco movida que tuvo por cerca de cuatro décadas.

Otro té con la abuela

- ¿Y qué se hace cuándo uno tiene la mente seca?

- Se hace uno una ducha bien fría, y se deja de pelotudeces de cabeza de pasa y ojos de almendra caída, porque usted mi amorcito tiene una mirada envidiable pero si la echa a morir porque no se le ocurre una genial idea para escribir -o, más aún, para que le solucione la vida- mejor regáleme los azules, que yo los luzco harto mejor, y usted métase a la cama y no se despierte más si así lo quiere. O despiértese de vez en cuando y escuche como yo gozo a través de sus ojos. Me dan ganas de darle una buena turra sabe mijita, por lo quejumbrosa y lo poco agradecida. Mire que venir a hablar de mente seca y susurrarme con ese hilito de voz como de gato chico hambriento, de niñito de post guerra abandonado en un campo, como para que yo le diga que "pobrecita mi niña y la triste vida que le tocó vivir" y le seque las lágrimas de cocodrilo en pantano ajeno y la acurruque y la haga dormir en la cuna. Pero fíjese que esa escenita de película romántica añeja no nos queda bien ni a usted ni a mi. Los besos y abrazos sí sacan pedazos, especialmente cuando uno sabe -como yo en este mismo momento- que el otro está haciendo un show barato y regaloniado, y que si yo le sigo el juego lo único que hago es alimentar la idea estúpida con la que se despertó hoy, quizás porque ayer su enamorado no la llamó a la hora que dijo o en el trabajo a su jefe no le pareció bien lo que hizo. Y a usted se le acaba el mundo en tres minutos por esos temblorcitos que no asustan ni a los ratones. Párese por encima del escenario y mírelo en forma general; detenerse en la particularidad de la butaca sucia y la tabla suelta de la escalera es para los actores de poca monta, ¿me sigue? Coma un puñado de pasas para la memoria y otro poco de nueces para el amor y no venga nunca más a las 5 de la tarde de un día de semana a despertarme de la siesta para lanzarme una frasecita de seudo poeta borracho y melancólico ¿le quedó claro, mi linda?

Té con la abuela

Yo le diría, mi amorcito, que son como destellos. Esos momentos cualquiera en que a uno dice “un, dos, tres, brillantés” y está obligada a sacar un lápiz de la cartera y empezar a escribir en las manos, en los brazos, en las piernas si es verano y uno anda más ligerita de ropa, ¿me entiende? Porque uno a veces es como tocado por los ángeles, y el cielo se abre, y uno mira a la mujer que va sentada al lado en la micro y tiene la necesidad imperiosa de escribir el porqué de su cara de perro mojado, de los surcos en sus facciones, de las manos empuñadas con fuerza y las uñas a medio pintar. Y uno se desespera, mi linda, porque el lápiz está perdido en el fondo de la cartera y el cielo se empieza a cerrar, y se lleva al ángel que a uno lo tocó, con arpa y todo, y las ideas se empiezan a diluir en la cabeza, y se van y se pierden, y uno rabiosa le lanza los tentáculos para agarrarlas, pero uno agarra el lápiz o agarra las ideas -sobre todo a mi edad- y generalmente sólo alcanza para escribir dos frases sueltas de la maravillosa historia que se acaba de pasar por delante. Es como un orgasmo, indescriptible. Uno siente que viene y lo espera, se acomoda, y cuando ya está ahí uno quisiera que el acto se perpetuara y durara para siempre, pero el goce se va y después no hay palabras para describirlo. Bueno, usted lo debe saber bien, mi amorcito, por algo se fue a vivir sola, no me venga a mi con la patraña de la independencia, de hacerse responsable y crecer espiritualmente. El asunto es que si uno tratara de describir el acto del amor no sería suficiente con las palabras que conocemos. Eso mismo me pasa a mí con los destellos de los que le hablo. De repente y sin aviso, vienen como relámpagos, y necesito, escúcheme bien, necesito imperiosa y mortalmente empezar a escribir. Tengo esta cosa desde chica, fíjese, pero nunca le presté mayor atención porque yo pintaba para vestir santos y cuidar a mi madre enferma, no para andar como pelotuda escribiendo mientras comía, me bañaba o preparaba la comida. Y uno se cree que no es buena para esto de los asuntos literarios, y que realmente está destinada a quedarse en la casa materna rezando el rosario, especialmente cuando es la décima de doce hermanos y los mayores la tienen para la patada y el combo, y los dos restantes se le cuelgan al cuello y le pegan los mocos en el delantal. En ese cruel escenario, uno no se cree el cuento de ser escritora, ¿me entiende? Y cuando ya se da uno cuenta, está en el paradero con 70 años encima y le tiritan las manos, y vaya a saber uno dónde está el lápiz en la cartera infernal llena de papeles, cuentas, llaves y bolsillos.
- Es como un don el que tú tienes, nonna.
- Yo diría más bien que es algo cercano a la esquizofrenia, mi amorcito… ¿quiere más azuquitar para el té?