Yo le diría, mi amorcito, que son como destellos. Esos momentos cualquiera en que a uno dice “un, dos, tres, brillantés” y está obligada a sacar un lápiz de la cartera y empezar a escribir en las manos, en los brazos, en las piernas si es verano y uno anda más ligerita de ropa, ¿me entiende? Porque uno a veces es como tocado por los ángeles, y el cielo se abre, y uno mira a la mujer que va sentada al lado en la micro y tiene la necesidad imperiosa de escribir el porqué de su cara de perro mojado, de los surcos en sus facciones, de las manos empuñadas con fuerza y las uñas a medio pintar. Y uno se desespera, mi linda, porque el lápiz está perdido en el fondo de la cartera y el cielo se empieza a cerrar, y se lleva al ángel que a uno lo tocó, con arpa y todo, y las ideas se empiezan a diluir en la cabeza, y se van y se pierden, y uno rabiosa le lanza los tentáculos para agarrarlas, pero uno agarra el lápiz o agarra las ideas -sobre todo a mi edad- y generalmente sólo alcanza para escribir dos frases sueltas de la maravillosa historia que se acaba de pasar por delante. Es como un orgasmo, indescriptible. Uno siente que viene y lo espera, se acomoda, y cuando ya está ahí uno quisiera que el acto se perpetuara y durara para siempre, pero el goce se va y después no hay palabras para describirlo. Bueno, usted lo debe saber bien, mi amorcito, por algo se fue a vivir sola, no me venga a mi con la patraña de la independencia, de hacerse responsable y crecer espiritualmente. El asunto es que si uno tratara de describir el acto del amor no sería suficiente con las palabras que conocemos. Eso mismo me pasa a mí con los destellos de los que le hablo. De repente y sin aviso, vienen como relámpagos, y necesito, escúcheme bien, necesito imperiosa y mortalmente empezar a escribir. Tengo esta cosa desde chica, fíjese, pero nunca le presté mayor atención porque yo pintaba para vestir santos y cuidar a mi madre enferma, no para andar como pelotuda escribiendo mientras comía, me bañaba o preparaba la comida. Y uno se cree que no es buena para esto de los asuntos literarios, y que realmente está destinada a quedarse en la casa materna rezando el rosario, especialmente cuando es la décima de doce hermanos y los mayores la tienen para la patada y el combo, y los dos restantes se le cuelgan al cuello y le pegan los mocos en el delantal. En ese cruel escenario, uno no se cree el cuento de ser escritora, ¿me entiende? Y cuando ya se da uno cuenta, está en el paradero con 70 años encima y le tiritan las manos, y vaya a saber uno dónde está el lápiz en la cartera infernal llena de papeles, cuentas, llaves y bolsillos.
- Es como un don el que tú tienes, nonna.
- Yo diría más bien que es algo cercano a la esquizofrenia, mi amorcito… ¿quiere más azuquitar para el té?
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