martes, 22 de enero de 2008

Sueños electrónicos

La María estaba insoportable anoche. Llegó al bar de siempre pateándose la cara, mientras arrastraba los pies y mascullaba algo inentendible. No nos saludó, se sentó y pidió con un grito histérico que le trajeran varios cortos de ron. Que le daba lo mismo de cuál -le dijo con cara de furia al guapo que nos atendía- y que por favor no se demorara dos horas y media en el pedido, porque no tenía tiempo ni ganas que perder en la espera.
- ¿Porqué chuuuuuuuucha, díganme ustedes, venimos a este lugar donde no se puede fumar? Nos preguntó desafiante y con los ojos como dos calientísimos huevos fritos.
- ¿Será porque… mmm… ahora nadie puede fumar en lugares cerrados, por la ley del tabaco? Le contesté irónica, con algo de risa por su cara descompuesta y otro poco de rabia por la gigantesca pateadura de perra que todas nos estábamos comiendo gratis.
- Yo creo, dijo tras un largo suspiro, que todo es culpa de la tecnología. Se me acaba de perder todo, hasta los sueños... Se murió mi blackberry.
Y ocurría que a la María se le había muerto la mini computadora – amiga – hermana – berry y estaba con el corazón destrozado y los nervios de punta. Las siguientes dos largas horas habló de cómo perdería a todos sus amigos y que ya no tendría contacto con nadie, porque allí guardaba todos los números; de cómo su vida laboral se iría directamente al carajo, porque jamás se le había ocurrido respaldar los mil ochocientos mails con información privilegiada; de cómo haría para salir con tranquilidad de la oficina sin poder revisar sistemática – y obsesivamente- las últimas novedades.
- “Si hasta perdí los sueños, que anotaba religiosamente todas las mañanas por si algún día los analizaba con mi sicóloga”, repitió varias veces de forma tortuosa.
Todos los intentos que hicimos para sacarla de su estado de desesperación no valieron la pena. Junto con berry, a la María se le había ido la vida fundida en la oscuridad de la pantallita negra, que no tenía ninguna intención de volverse a prender. Intentamos distraerla con nuestras últimas aventuras amorosas y laborales, con el desencuentro poco afortunado entre Chile y el Transantiago, con historias antiguas y borrachas de nuestra época quinceañera, con las risas del resto por mi sutil y persistente coqueteo con el guapo que atendía la mesa. Nada de eso sacó sus ojos del minúsculo aparato electrónico, que apretaba cada cierto rato con sus manos como para traspasarle energía vital, resucitarlo y traerlo de vuelta al mundo de los cristianos.
- Ya po Mery, si es un blackberry no más; le dijo finalmente otra con un tono amistoso. Las manos crispadas de María y su irreproducible respuesta fueron suficientes para terminar la noche de un zarpazo, dándole así más tiempo para empezar a preparar el discurso de despedida para el llorado funeral virtual de sus sueños electrónicos

No hay comentarios: